[…]
“-¡Sí-gue-lo!… – llegó hasta Grigori el grito.
Lanzó su potro al galope tendido, esforzándose en vano por distinguir lo que pasaba por delante: las lágrimas le cegaban y en sus oídos silbaba el viento. Grigori se sintió dominado por la emoción de la caza. Encorvado sobre el cuello del potro, que olía intensamente a sudor, se entregó por entero a aqeulla desenfrenada carrera. Cuando llegó a la hondonada, el lobo y los perros habían desaparecido.”
[…]
El Don apacible – Mijaíl Shólojov